Álex, el 15 de mayo de 2011 tenías 1 mes y 5 días. Yo estaba en Madrid, lejos de ti, del París que te recibía con su primavera abierta. Yo había ido a verte, pero entonces tus párpados apenas se despegaban de tus ojos. Así que es probable que yo todavía fuera para ti una mancha gris que te cogía tembloroso.
Álex, quiero decirte algo. El 15 de mayo de 2011 pensé en ti, mi segundo sobrino (sólo por orden de llegada) de poco más de un mes, y sin mucha convicción salí a la calle. Para ser un poco yo mismo, para ser un poco persona, para sentirme mejor (un ratito ciudadano), y por pensar ¿iluso?, que así, saliendo con otros a la calle, cuando abrieras los ojos al mundo, éste podría tener un mejor aspecto.
Éramos pocos, o muchos, según se mire. Y por una vez, la revolución no empezó en París. Quizás la trajo un viento del sur, que en vez de arena, esta vez nos traía granos de valentía. O surgió de un volcán lúcido de una isla del norte. Aunque seguramente, desde hacía tiempo, ya estaba dentro de nosotros.
Y cuando digo que pensé en ti al salir a la calle el 15 de mayo de 2011, quiero decir que pensé que te merecías respirar un aire más limpio, aprender en una escuela sin dogmas, crecer en una Europa de personas, porque, aunque a veces lo parezca, no somos mercancía en manos de nadie ni de nada.
Álex, la idea era que cuando abrieras los ojos, vieras un mundo con algo de la inocencia con la que te quedas dormido, y de la alegría con la que tu hermano ya camina por la vida. Ya ves, cosas sencillas, pero que en estos tiempos parecen ser revolucionarias, estúpidas, utópicas, de antiloquesea…
Porque nada mejor que esa alegría sin medida. Pero a veces uno tiene que aceptar la rabia (indignados, nos llaman) para sentirse vivo, y digno. Y esa rabia se convirtió en un grito, y las palabras de unos pocos movieron a unos muchos, y los gritos despertaron conciencias, y la conciencia creó una marcha, y de una marcha surgió un movimiento, y el movimiento se atrevió a cruzar una Puerta. Y te prometo que, dos días después, éramos tantos en aquella Puerta, que conseguimos que temblara el suelo por el que, aún hoy, se pasea la injusticia.
Y pronto se unieron otras plazas. Con el mismo grito, con la misma rabia. Infinitas opiniones y una única conciencia, que multiplicaron por todo el planeta ese primer movimiento. Con la misma frente alta -de sentirse vivo, digno- y un mismo POR FIN exclamativo en la mirada.
Es cierto, ya no son tan especiales estos días. Ya no está la magia de lo imprevisible, el milagro espontáneo, el desahogo liberador de todas las primeras veces. Pero al igual que tú, crecemos, aprendimos a hablar con las manos. A veces nos asombramos de lo que somos capaces, a veces todo parece oscuro y nos sobrevuela el miedo, y se apodera de nosotros la desgana. Como tú en medio año, vamos tomando conciencia de lo que somos, de nuestros límites, ajustando la medida de lo que nos gusta y de lo que nos agota, de lo que nos rodea y de lo que nos conviene.
Es cierto, al igual que tú, a medida que crecemos perdemos la inocencia de los recién nacidos. Cada día usamos palabras más raras, cada día todo más complejo, cada vez todo un poco más confuso. Eso no significa que perdamos fuerza (como dicen los que quieren que eso pase), quiere decir que crecemos. Como tú, a pesar de que hoy todavía rías sin reservas a la vida, tendrás problemas, baches, dudas, días grises... Cometerás errores, serás incomprendido, y te enfadarás contigo mismo por no ser capaz de hacer más cosas, o mejor, o más rápido…
Pero, cuando la vida se nos tuerza, me acordaré de tus primeras risas en París, y algo de esa inocencia estará en nosotros para siempre. Como también quedará el recuerdo de ese Madrid, y de los millones que hemos tomado las plazas del planeta en estos meses, para que todo sea un poco más justo, más sencillo y más tierno, es decir, sólo intentamos que se parezca un poco más al momento en que los niños se quedan dormidos.
Por eso habrá que seguir saliendo a la calle, para que cuando tus ojos tranquilos descubran este mundo, no es que lo hayamos arreglado todo, pero al menos todos los sueños sigan pareciendo posibles, como sentí por primera vez en aquellos días de mayo.