miércoles, 25 de junio de 2008

Guojia, el director de orquesta

Antes que su voz, escuché las notas que salían de su saxofón; antes que su rostro, descubrí sus dedos moviéndose en la oscuridad. La primera vez que vi a Guojia fue desde el tercer piso de la residencia de la Universidad. Decidí apagar el rock de mi estéreo para escuchar la música que venía de fuera. No le conocía de nada. Sólo era una melodía (inspirada, china, auténtica) en medio de la noche.

Poco después, Guojia me confesó que esa era la forma que tenía de avisar a su amiga Marta de que había venido a visitarla. Ni timbres ni teléfonos móviles. El saxofón es lo que anuncia la presencia de Guojia. También me comentó que ese día había tocado más tiempo de lo normal. Pensó que la persona que se había asomado desde el tercer piso era una bella Julieta. “¡¿Eras tú?!”, me dijo después muy contrariado.

Guojia, natural de Hebei (provincia muy cercana a Pekín), es profesor de música en una guardería de la capital china. “Enseñar a los niños es muy fácil. Sólo hay que tener paciencia”, me dice no demasiado entusiasmado. En la guardería, él y el cocinero son los únicos hombres. El resto del personal está formado por mujeres. “¿Contento? ¡Qué va! Demasiadas mujeres. No me hacen ni caso. Se meten todo el día conmigo”.

Guojia gana 900 yuanes al mes (90 euros) más alojamiento y comida. Al ser de Hebei, tiene problemas para trabajar en Pekín, puesto que en China se necesita un permiso de residencia especial para cada provincia (el famoso hukou). No puede trabajar en la administración pública ni en muchas empresas de Pekín.

Muchos en Occidente piensan que el dinero no nos hace libres. A mí me hizo falta venir hasta China y ver a Guojia para darme cuenta de que la pobreza nos hace esclavos. China es un país duro para la mayoría, una tragedia en muchos casos, donde ganar 200 euros al mes es una Odisea. Guojia es uno más de todos ellos, sin casa, lejos de su familia, sin sábados por la noche ni domingos en el salón.

Aún así, Guojia no se desespera. Aunque estudió en una Academia de Policías (ni él mismo sabe muy bien por qué) su sueño es ser director de orquesta. Por eso, cuando nos juntamos en cualquier sitio para tomar una cerveza, Guojia en seguida se anima y se le van las manos de izquierda a derecha, arriba y abajo, intentando controlar nuestros cánticos borrachos. Guojia, al fin y al cabo, se ha salvado: tiene la música.

lunes, 2 de junio de 2008

Las manos

No entiendo nada. La gente me mira raro por la calle. Yo soy la misma, pero parece que no quieren aceptarlo. Como ahora, como ese jovenzuelo del asiento de enfrente que se ha quedado pensativo mirándome las manos. Él no se ha dado cuenta de que yo me he dado cuenta que él se ha quedado 4 paradas fijándose en mis manos, comparándolas con mis zapatos, mi vestido y mi cara. Mis manos que he tenido toda mi vida. Cuando se baja, las vuelvo a mirar para ver si descubro algo extraordinario, pero yo no veo nada raro. Parecía simpático, si lo volviera a ver le preguntaría qué le interesó tanto. Era como si nunca hubiera visto unas manos como las mías. ¿En qué estará pensando ahora? Sé que un poco le gustaron, aunque también le dieron como miedo, como vértigo. Mis simples manos. Se fue como pensando en sus problemas por mi culpa. Me gustaría hablar con él para saber en qué pensaba, y decirle que esas son mis manos de siempre, que no son más que eso, unas manos. No me acuerdo cuando empezó todo esto. Supongo que sería poco a poco, y que al principio no me daría ni cuenta. Pero ahora sucede cada vez que salgo a la calle, y peor aún, ya lo noto en mi propia casa, en mi familia. Ni siquiera me escuchan, pero cuando hago las croquetas de toda la vida, bien que se ponen contentos. Porque yo soy la misma; vale que no esté como antes, y que ya no pueda hacer ciertas cosas, pero no sé por qué tienen que mirarme así. En cuanto ven mis arrugas, es como si me prohibieran hacer nada, sentir nada. A mi edad que no te dejan ni enamorarte en el metro, como he hecho toda mi vida.