jueves, 28 de junio de 2007

El misterio de Montmartre



Son las tres de la tarde en lo alto de Montmartre. Un día más, el espectáculo se repite en las inmediaciones de la basílica del Sacre-Coeur: los turistas disparan sus cámaras de fotos mientras los parisinos se relajan en el césped. Pero hoy, en medio de esta escena cotidiana, unas telas misteriosas reposan en el centro del escenario. Varias capas de ropa, de distintos colores y texturas, parecen esconder algo en su interior.

El lugar donde vivieron Picasso, Dalí o Van Gogh insinúa tras estas telas el misterio de uno de los barrios más enigmáticos de la ciudad. Rojas, verdes y azules, todo el mundo espera que de un momento a otro las cortinas se abran. Alguien tiene que estar ahí dentro. Algo tiene que haber detrás de esas telas.

Pero la noche cae sobre Montmartre. Turistas y parisinos descienden las escaleras en dirección a sus casas. Las telas se quedan en el centro del escenario, frente a la basílica del Sacre-Coeur, en lo alto de la colina. Y los bohemios del barrio, una vez más, sonríen al contemplar el misterio de Montmartre.

miércoles, 27 de junio de 2007

La vida en el puente

- Mira esos dos, en la esquina. Ella le está dejando, o se están despidiendo, como para siempre.
- El tío esta despesperado. Hasta suena bonito su acento yanki.
- Se le caen los brazos, y ella se los aguanta. Parece como si fuera a derrumbarse. Hacía tiempo que no veía un hombre derrotado por sus sentimientos.
- Tiene la cara descompuesta. Fíjate qué torpe, cómo intenta darle un último beso, y ella, tan sabia, sabe que eso sólo empeora las cosas.
- Y sin embargo, a veces cede…
- Para mí que se van a acordar de esto toda la vida. Encima han elegido el centro de este puente para sufrir la despedida.
- Pues sí, pasarán los años, se casarán con otros, y siempre verán este lugar en las agencias de viajes, en la publicidad de los perfumes. Preguntándoles en lo más íntimo lo qué podría haber sido…
- La gente pasa como si nada. Y estos dos llorando debajo de los arcos del puente, como en una tragedia. Hasta la luz que a nosotros nos molesta, a ellos les da una sombra muy teatral.
- Esto podría ser una penúltima escena de Hollywood. Sólo que ahora es de verdad y a mí me dan ganas de darles un abrazo a los dos.
- Claro, está el cine de ficción y el documental. Y esto es como teatro, pero en documental.
- Lo que quieres decir que esto es como la vida.

domingo, 17 de junio de 2007

Los libros de Francia


Las curiosas máquinas sobre estas líneas son las neuronas de la Biblioteca Nacional Francesa (BNF), el motor de búsqueda de los más de 15 millones de libros repartidos por todo el edificio. Como si de pequeñas hormiguitas se tratara, estas máquinas recorren a lo largo de 13 kilómetros de raíles las enormes instalaciones de la BNF. En cuanto alguien pide un libro, ellas se ponen en marcha. No importa que el documento demandado se encuentre en el octavo o en el duodécimo piso; ellas ascenderán por el edificio, burlarán los pupitres y recorrerán los pasillos hasta encontrar el preciado tesoro. Para acabar, esta especie de Google del mundo físico posará el ejemplar en tu mesa de trabajo.

Estas neuronas son tan sólo un detalle de las gigantescas instalaciones de la Biblioteca Nacional Francesa, que ocupa cuatro “rascacielos” de 22 pisos cada uno y ocho hectáreas de superficie. Si los estadounidenses tienen los centros comerciales más grandes y el Vaticano la iglesia más importante, Francia reivindica su pasado y su presente a través de una biblioteca. La BNF es el mejor ejemplo del “made in France” (gigantesca, orgullosa de su pasado, artística, contradictoria).


Dentro de todo este complejo de pasillos, estanterías y escaleras mecánicas, se esconden algunos de los secretos mejor guardados de la historia de Francia. Entre ellos, tal vez el que seduzca más a la imaginación sea El Infierno. Dentro de una pieza especial, suspendida en el aire como si fuera una nevera, en El Infierno se esconden las publicaciones censuradas a lo largo de la historia francesa, ya sea por pornográficas, desagradables o cuestiones políticas. Siguiendo la famosa frase de Mark Twain (“prefiero el cielo por el clima, el infierno por la compañía”), cualquiera soñaría con encerrarse en este habitáculo misterioso para hacer amigos.

Pero la Biblioteca Nacional Francesa es sobre todo el lugar donde reposa la memoria histórica de Francia. En un país donde el pasado y la cultura son referencia obligatoria, la BNF es uno de los nuevos símbolos de vieja "grandeur de la France”. Es aquí donde se esconden todas las obras de Balzac, Voltaire, Victor Hugo o Camus. Donde descansa la memoria colectiva del pueblo francés. Donde se puede encontrar la primera Declaración de los Derechos Humanos. Donde, en cierto sentido, descansa algo de todos nosotros.


La Biblioteca más grande... en Vídeo:

lunes, 11 de junio de 2007

Solo Silvia

Come mai io rido sempre? (¿Por qué yo río siempre?). Con esta frase Silvia saluda a los estudiantes de Psicología apenas atraviesan la puerta de su Facultad. Y tras un breve diálogo más o menos surrealista, donde surgen las preguntas más insospechadas, les despide con un buona giornata... (que tengas un buen día).

Silvia dice que no le gustan los militares, porque le tocan los pechos sin su permiso. Y asegura que se enamora todos los días, "también de las mujeres"; que le hacen daño los pies y que ningún médico quiere verla. Silvia explica su vida cuando le llaman al móvil -inesperado-, asegurando que "el centro está imposible", y que a ver si al menos hoy prepara una cena "buena de verdad".

Algunos estudiantes huyen ante el desconcierto de una mirada tan limpia, tan añil. Otros le responden de forma automática. Unos pocos disfrutan de unos minutos de conversación sincera. Al final, con Silvia sólo hablamos si no tenemos prisa, si nos pilla bien esa mañana. Un poco por curiosidad. Un poco por sentirnos mejor persona.

Pero si Silvia fuese ‘normal’ podríamos decir que es simpática.
Si no fuera tan rara, sería extrovertida.
Si no estuviera gorda, nos sonrojarían sus piropos.
Si no la llámasemos loca, veríamos que es espontánea, ocurrente.
Si viéramos más allá del fantasma de su enfermedad, nos daríamos cuenta de que es la más sincera.
Si no quisiéramos ayudarla, quizás disfrutaríamos de su compañía, y esa sería la mejor ayuda.
Si no la pusiéramos detrás de una etiqueta, comprobaríamos su generosidad.
Si no usáramos todos esos diagnósticos, categorías, siglas, eufemismos, a Silvia sólo la podríamos llamar por su nombre.
Si no metiéramos la vida en casillas, podríamos sentir que Silvia es lo más verdad que te puede pasar en Florencia. Y los días que no viene a la facultad empezaríamos a echarla de menos.

lunes, 4 de junio de 2007

Un mercado de ladrones y artistas


Cerca de la última estación de metro al norte de París, en la Porte de Clignancourt, ladrones y artistas han encontrado una guarida de fin de semana: el mercado de Saint Ouen. Durante varios siglos la capital francesa perdió en este lugar su nombre, con una de las murallas que marcaba la entrada y la salida del gran París y cientos de comerciantes que aprovechaban este tráfico para enriquecerse. Una vez más, la frontera se convertía en fuente de comercio e intercambio. Hoy, Saint Ouen todavía guarda algo de aquel espíritu fronterizo de compras y ventas aceleradas, regateos y encuentros ocasionales.

El primer contacto con el mercado es la típica sucesión de tiendas de pulseras, camisetas y relojes. Un poco más lejos, los puestos se vuelven más informales y los objetos se colocan desordenadamente por el suelo. Camiones enteros llegan, sueltan la mercancía y se van. No hay preguntas. No hay respuestas. El mercado de Saint Ouen es sin duda el mejor lugar para comprar lo que te han robado.

Pero este inmenso mercado de Saint Ouen, con distintas ramas y secciones, avenidas y calles microscópicas, esconde también uno de los lugares más preciados para buscadores de arte. Entre el mercado de Dauphine y el de antigüedades, los románticos y los artistas bucean entre las montañas de objetos inclasificables en su búsqueda de cuadros valiosos pero sin firma, publicaciones olvidadas y cámaras de fotos a las que hay que darles cuerda. Todos sueñan con encontrar un Picasso en la tienda de la esquina.


Al entrar al mercado de Dauphine, uno tiene la sensación de haber atravesado el umbral de uno de esos áticos desordenados por la inspiración. Los compradores se pasean aquí con aire interesante, algunos con gafas y gabardina, otros con un pincel en la mano. Nadie encontrará un mp3 ni una conexión a Internet; pero sí un vendedor tecleando en su máquina de escribir, antiguos anuncios de Renault y muebles sacados de un decorado del siglo XIX. El mercado de Saint Ouen es uno de los pocos lugares donde todavía se pueden ver boinas en París.