domingo, 13 de diciembre de 2009

El pino imposible

Debido a su alta valencia ecológica [el pino canario] puede vivir en un amplio rango de alturas, desde unos 100 hasta los 2000 metros sobre el nivel del mar”. Wikipedia “Pino canario (Pinus canariensis).

Dicen que más allá de una línea que coincide, más o menos, hasta donde llegan las nubes, no puede crecer ningún pino canario. Es imposible, no hay agua. A partir de esa frontera, el viento del Teide es demasiado seco, apenas crecen unos pocos matorrales.

Dicen también que las cosas son como son. Y que siempre ha habido pobres, y siempre habrá guerras. Que es muy difícil cambiar las cosas, y uno solo qué va a hacer.


La verdad es que el mundo está fatal. Los niños son crueles, y ese es un conflicto que empezó hace siglos y no tiene remedio. Lo más probable es que no sobreviva a la operación. Le quedan meses, si no semanas, de vida. Y te guste o no, en este mundo sólo importa el dinero.


Lo único que sirve es el miedo, para que no nos matemos unos a otros. Autoridad, “mérito y esfuerzo”. Dicen -pero yo nunca lo he visto- que la letra con sangre entra.

Se comenta que salir a la calle no sirve de nada. Que Estados Unidos, los bancos, el ejército, los presidentes de fútbol, son los que mandan. Y que sólo por dejar de comer no vas a cambiar el mundo…



















Un hombre que hace eso no va cambiar en la vida. Alguien así nunca conseguirá un trabajo. Cómo te vas a ir ahí, sin dinero, sin saber el idioma. Nadie se gana la vida con eso. Es lo que hay. Lo coges o lo dejas. No seas iluso. Eso no conduce a nada. Antes tienes que estar seguro.

Nunca nos entenderemos con esa gente. Son tan diferentes. Nadie va a publicar eso. Y eso a quién le importa. Y eso qué más da.

También dijeron, y a veces casi nos creímos, que nuestro amor era imposible.


lunes, 7 de diciembre de 2009

Viaje a Queens

Para muchos, adentrarse en Queens es un riesgo que no merece la pena. Para mí, Queens es una aventura que tiene un atractivo irrenunciable y que me gusta repetir.


Queens es el más grande de los cinco distritos (boroughs) de Nueva York con una población que supera los tres millones de habitantes, de los cuales se estima que más de la mitad son latinoamericanos. Al mismo tiempo, es el distrito menos atractivo para las guías de viaje y el menos visitado por el turista y el neoyorquino natural de Manhattan. No existen edificios simbólicos ni museos de renombre ni grandes tiendas donde comprar. Hoy por hoy, además, se iguala con el Bronx en cuanto a índice de asesinatos. Razones suficientes para que, tal vez, este barrio no tenga bazas importantes a su favor. Pero la sensación misma de coger el tren para llegar hasta Queens es un pretexto perfecto para disponerse a viajar.



Se deja en casa la brújula neoyorquina, que guía a lugares comunes, y se coge el Metro de la línea 7, dirección a Jamaica. Con ese aire a cuento, el tren elevado atraviesa los barrios de Queens, como a principios del siglo XX hizo su compañero de fatigas de la Tercera Avenida. Desde ese camino de hierro forjado en las alturas, se extiende un manto con prominencias, de tejados y azoteas, y entre sus descosidos se abren calles que dejan ver un hervidero rebozado de un aceite especial. Como en el verdadero viaje a Macondo, que contó García Márquez en la primera parte de sus memorias, el tren se detiene en estaciones sin pueblo, ubicadas a varios metros a ras del suelo. Cuando se llega a Jackson Heights, después de dejar el Woodside irlandés y alejarse de Queens Boulevard, el rechinar toma un auténtico acento suramericano.



Al bajar las escaleras, el corazón de Jackson Heights late cada día desconsolado, entre los comercios que no saben de horarios, los coches que se saltan los semáforos y el ruido infernal que rompe cada pocos minutos cuando el tren pasa a toda velocidad sobre las vías elevadas que recorren Roosevelt Avenue. Desde la década de los sesenta no han dejado de llegar inmigrantes ilegales a esta zona de Queens. La inmensa mayoría son suramericanos que vienen huyendo de la pobreza de sus países de origen, impulsados por los desajustes, rebotados por la vida.



Roosevelt Avenue es una Latinoamérica que se estira recta por el cemento, a la sombra del metro en alto, pero con el mismo mapa desdibujado, en ese avispero al que siempre le falta la avispa reina. Es Latinoamérica, que ha dejado las pantuflas por las deportivas blancas y el olor a madreselva por el refrito. Trescientos mil colombianos, casi el mismo número de ecuatorianos y dominicanos, un gran número de argentinos. Por Roosevelt Avenue, las tiendas tienen los letreros en español y sólo en algunas, más preparadas que otras, se pone el cartel de “se habla también inglés”. Por las aceras, las mujeres venden maíz tostado o cuencos de mazamorra (maíz con leche) para llevar.


En el número 81-01, haciendo esquina, se encuentra una pequeña casa colonial de dos plantas llamada Casa Mario, también conocida como el Palacio de los Frisoles. Este restaurante colombiano, abierto las 24 horas, está especializado en pollos a la brasa. Con los marcos rojos de sus puertas y ventanas, sus mesas del mismo color y sus sillas a cuadros, Casa Mario acoge al viajero entre plantas que trepan por las escaleras. Los pollos dan vueltas en el asador mientras se abre apetito con cualquiera de sus sopas por 5 dólares (de mondongo, de tostones o de albóndigas). Medio pollo cuesta 3,5$ pero es insuficiente cuando el cuerpo de los visitantes pide uno entero por 7,50$. Se acompaña con arepa con queso, tostones, yuca frita o chicharrones. Pero mi acompañamiento preferido son los frijoles (3,75$ el plato grande, 2,75$ el pequeño), que junto con un buen trozo de pollo a la brasa y ensalada, me hace sentir que el viaje a Queens no sólo es una alegría para el alma, además es un banquete para el estómago.