sábado, 3 de abril de 2010

El nostálgico que eligió ser italiano

Dice la canción que al lugar donde has sido feliz no debieras tratar de volver. Sin embargo, no pasan más de dos años para que algo en mí se remueva, un desasosiego que no puede calmarse más que volviendo a Italia.

Como el sadomasoquista que no encuentra frontera entre el placer y el dolor, un nostálgico vocacional regresa siempre a los lugares donde sus días fueron especiales, al escenario de sus sentimientos concentrados.

El tren te acerca por las colinas conocidas. Otra vez la emoción de viajar sin biglietto.
Decides, sobre un mapa escondido en la memoria, por qué porta te gustaría volver a poner los pies en Siena. “Siena, la bien amada -que decía Saramago- donde mi corazón se complace de veras”. Pues eso.

Y te sorprendes a ti mismo con una cascada de recuerdos, de aquellos días en que la magia se convirtió en rutina:

Junto a esta fuente tomaba con Fede aquellas pizzas y cervezas mientras me contaba los sueños que ahora ya ha cumplido; en esa casa -donde ahora viven otros- conocí a Sauro, la noche de invierno que tocamos las estrellas desde las aguas ardientes de las termas de Petriolo... Por estas rampas subíamos Andreu y yo en bicicleta, con la mochila repleta de la compra de la semana. Y resoplábamos al llegar a esta Porta, la Romana, orgullosos, sudados y felices.

Y al caer la noche sigues paseando por los alrededores del Duomo, y sientes el imán de la Piazza del Campo. Y aunque sabes que no debes, regresas. Vuelves al ladrillo casi exacto donde estudiaste los primeros verbos italianos. Donde tomabas aquellos helados en las noches de verano. Esa plaza, ese espacio mágico que dio sentido a la palabra encuentro.

Entonces te das cuenta, que tú mismo te has partido, y estás a la vez en tres tiempos: vives el presente que es regresar a Siena, revives los recuerdos que te inyecta estar en esa plaza mágica, y también imaginas otra vida que nunca fue, la que habría sido de quedarte en ese lugar.

Eso debe ser la nostalgia, y duele. Como duele siempre la vida, cuando se toma sin atajos.

Y también Florencia. A mediodía, desde el piazzale Michelangelo, Firenze hace como si nadie la mirase. Es una señora elegante, tan acostumbrada a las miradas indiscretas, que se gusta sabiéndose deseada -a su edad- sin que nada altere su paso.

Te fuiste escribiendo que en cualquier parte del mundo, siempre te faltará la protección de esa cúpula, del cobijo de los triángulos de un puente, del violeta de las colinas antes de la noche. Ahora tienes todo eso delante, y sientes que no te han fallado, como si Firenze no hubiera cambiado para que tú la encontraras igual. A veces las ciudades son más fieles que las personas.

Y eso que tus florentinos -Ludo, Angelo, Mara, Giulia, Virgi y unos largos puntos suspensivos- lo son. Y estar con ellos hace que rebroten las partes de ti que más te gustan. Te recuerdan ese modo italiano que hay en ti, o ése que un día quisiste ser. El impulso vital de preparar con cura (atención) una cena para doce. Celebrar el placer de ser juntos. Brindar por la vida, por sus placeres. Mirar los árboles de otro modo. Soñar con otro mundo, y como buenos artesanos, ponerse manos a la obra para acercar ese horizonte soñado. Desde la alegría.

Así, llega el momento en que uno no vuelve a Italia para verla. Sino para verse en ella…
No se trata ya de visitar tal o cual ciudad, pueblo, museo o paisaje. Sino de regresar a tu destino. Recuperar la profunda calma que provoca hablar, no tu lengua madre, sino tu idioma elegido. Estar junto a los que puedes crear una familia. No echas de menos volver a tu país de origen, sino a tu patria elegida.


5 comentarios:

Anónimo dijo...

Buena suerte con tu patria elegida...Veo que tenemos mucho de lo que hablar.

Yo creo que más que un país, eliges ser-reencontrar una parte de tí que la creaste-crearás en unos rincones elegidos...Y esos rincones ahora son italianos. Sea.

Yo estaré siempre contigo, aunque no sea a tu lado...porque tú eres parte de esa patria que yo he querido crear.

Se te quiere desde un rincón de Bruselas...esperando compartir piazas y Grand-Places a tu lado.

Anónimo dijo...

nunca florencia me pareciò tan
hermosa como en tus palabras...
aunque ràpido, fue bello vernos e
intercambiar,
te devuelvo las gracias.
un abrazo grande

Anónimo dijo...

Qué gran sabor a tango como bien decías...
Sentir nostalgia de lo que ocurrió, de lo que no ocurre y de lo que no ocurrirá, de lo no vivido, profecía de los nostálgicos. Como yo fui.
Pero ahí vas con la sonrisa grande, la respiración profunda y el corazón fuerte, aunque encogido, hacia nuevos sueños, como si necesitaras algo más que tus ojos para soñar.

Anónimo dijo...

aunque con retraso quiero compartir ese regreso a sentarte frente a la torre del Mangia y cerar los ojos para imaginar a los caballos de las contrade (Aquila, Tartuca,...)galopar en la piazza...

...y saltar a la de Beccaria a disfrutar un gelato la notte de san giovanni y asomarnos como despedida del Arno...

(y compartir otra vez que " irse de Florencia es saborear el desamparo...")

Anónimo dijo...

qué emocionante vision! se nota que tu espiritu inquieto sigue buscando emociones en nuevas plazas... hazle caso, siempre te lleva a buen puerto