martes, 31 de agosto de 2010

Visiones de viaje (al sur de Portugal)


Las maletas al maletero. La mochila y el agua en los asientos de atrás. Llevamos móvil, cartera, el mapa y la Lonely. El bote a mano para pagar la gasolina, los peajes y lo que venga. M30, M40, el desvío justo -que no se nos pase- y todo recto. Entrar en Lisboa es como encontrar un tesoro. El vértigo al cruzar el puente, buscar Avenida Liberdade (empiezan las metáforas), una callejuela empinada, ahí es. Una pensión cutre, una pista: un bacalao a orillas de Alfama recompensa 7 horas de autopista.











El Alfama lisboeta, la Habana Vieja, Arsenale en Venecia, el Raval de Barcelona. Barrios “únicos”, “imprenscindibles”, “verdaderos”, según todas las guías. Todos mágicos, en efecto. ¿Por qué? Una pista: los vecinos se saludan y no hacen caso a la norma quita-alma de las ciudades: prohibir las sábanas en las ventanas.

¿El fado nació en Alfama? ¿O es Alfama la que ha crecido acunada en el fado?

El portugués te acaricia la boca con una alegría tranquila, Rua do Sol. Te saben a sal los nombres de los pueblos Caparica, Zambujeira do Mar, Portimao. Te refresca la boca sedienta Vila Nova de Mil Fontes. Está ahí, tan cerquita que no le haces caso, como a esa chica tímida en la verbena, esperando que la saques a bailar. Nunca sabremos lo que nos perdimos.

Aldeia do Meco, (o Corva, el pueblo que no existe). Preguntando al camarero del camping durante el desayuno. Idioma: portuñol: Nos han dicho que en Corva hay una playa donde hay barro. ¿Barro es arsilha? Si eso arcilla… Si aquí (Aldeia do Meco) tenemos praia con arsilha, pero Corva non esiste. Pero si el mapa dice que está muy cerca. Sí, mucha gente con ese mapa quiere ir a Corva, tendría que estar aquí según ese mapa, pero no existe… Muito obrigado. Vosotros sois bienvenidos.

Seguimos las indicaciones. La playa y el barro sí existen. Corva no. Borges haría algo maravilloso con todo esto.

Cabo San Vicente. El mundo parece terminarse en ese horizonte. Esta barbilla de tierra era la última costa conocida que veían los marineros portugueses que cruzaron mil océanos. Desde ahí, parece lógico que detrás de esa línea, donde se confunden el cielo y el mar, haya monstruos infernales y se pliegue la Tierra hasta dar con el Infierno.









Pero donde unos creían que acababa el mundo, para otros simplemente comenzaba a ensancharse la vida.













Olhao. Una Arquitectura del Mar. Tiene el blanco de la espuma, y todos los tonos de azules. Con las ventanas amplias como la palabra océano, los balcones abiertos a la brisa, las azoteas para reparar redes y limpiar lo que el mar nos cede cada día. Una arquitectura que zarpa desde los patios sevillanos, desde los azulejos lisboetas, navegando con un recuerdo de acequia mora. Se despide de Europa en Olhao, Faro, Cádiz y Huelva. Hace escala en las islas del Atlántico, y reposa en el Caribe, quizás mostrando su mejor perfil en La Habana y Cartagena. Después seguirá navegando, porque al ser del mar también es marinera, hasta el Valparaíso chileno. Para luego darse media vuelta, y acabar su viaje (con los ahorros de una vida) envejecida, y cada día más melancólica, en algún monte de Galicia, o surrealista en un barranco de La Gomera.

Ilha de Armona. Hace tiempo, las gentes de Olhao no se conformaron con ser pescadores de costa, y quisieron vivir aún más cerca del mar. Decidieron ser isleños. Por eso, cada vez que podían, se iban a las alargadas islas cercanas, entre ellas Armona, para saberse rodeados de azul. Poco a poco, las lonas para taparse del sol se convirtieron en tiendas, las tiendas en chabolas, y las chabolas en casas… Y así fueron construyendo los únicos chalets humildes que se conocen, chalets de pescadores. Y ahora, cuando el sol se pone detrás del continente y se van los turistas en el último ferry, el olor a sardinhas a la brasa invade la isla, sólo se escuchan conversaciones entre familias y vecinos, y alguna noche una guitarra portuguesa, animada de amarguinha. Y de fondo, sólo el mar.

Es entonces cuando las gentes de Olhao son felices con la elección de sus abuelos, que habiendo nacido en tierra firme, de tanto amar el mar, decidieron ser isleños.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

que bien descritos los sabores...del fado, del bacalao, del horizonte, de los lugareños,...

sigue viajando, sigue emocionándonos...

alberto senante dijo...

menos mal que siempre estás los fieles visionarios, que no sólo nos siguen, sino que además se dan cuenta de nuestros gazapos...

gracias