domingo, 2 de noviembre de 2008

Otras Madrid

Como cuando aparece un amigo con un peinado distinto, hay veces que Madrid parece otra.

Entre las 8 y las 9 de la mañana -ahora en noviembre- el sol pasa de refilón por el lateral de la Biblioteca Nacional. Será por la amplitud de la plaza que deja ver cielo a su lado. Será por ese aire de cultura solemne de las columnas, y esos triángulos encima de las ventanas, de cuyo nombre desde COU no consigo acordarme. O será por el tono arena de la piedra. Pero si vas pensando en otra cosa y miras de refilón, puede que sueñes estar en París.



O en Barcelona paseando distraído por Alonso Martínez. O viendo la postal de una favela de otro continente, si no apartas la mirada ante los pies indefensos de los niños, las mujeres con las garrafas repletas de agua, las paredes en pie de milagro, en el último barrio derribado.

Otra Madrid entre Atocha y Méndez Álvaro, donde se amontonan contenedores, aparentemente desordenados, con aires de abandono. Los mismos colores ocres, las mismas grúas amarillas que en cualquier puerto,



con el mismo susurro que dejan escapar esas neveras gigantes. Y como no hay edificios, a veces entra una brisa limpia, que ensancha, como si viniera de… como si allí mismo estuviera el…, que lo hubieran traído en contenedores.


Es sólo una esquina.

Como mucho una fachada. Es un sitio de paso, tienes que pararte, cerrar los ojos, entreabrirlos y encuadrar, olvidando todo lo que queda fuera. Es media plaza, es un tono pastel en una pared desconchada. La torre, la iglesia sin ventanas, un estado de ánimo. Está en Madrid. Si pasas temprano, la niebla ayuda… y también a última hora de la tarde, cuando suenan las campanas. Pero es Venecia.



Subiendo Malasaña a la izquierda, hay una calle

de casas de planta baja y colores vivos, más propias de cualquier pueblo caribeño que del centro de Madrid. Por ahí, en la calle del Acuerdo, unos muchos han querido darle un espacio a la utopía: la lucha tiene timbre de propuesta, los niños aprenden a decidir con la palabra (del otro), el mundo está para ser disfrutado, y por eso hay que cambiarlo. Una isla en medio de la meseta donde las cosas tienen valor, y no precio. (No señor, no todo es marketing. Pues sí señor, hay cosas que no se compran). Un patio


donde explota la maravilla, y desde donde uno puede creerse otra Madrid, sentir otro mundo, imaginarse otro país. Lo juro, desde ese patio se tocan las estrellas.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

buen principio de temporada... y suerte de convivir con tantos Madrid...!!

Anónimo dijo...

Hola!
Buenas fotos, resulta que acabamos hablando de nieblas y pelados los dos en los blogs...un abrazo para madrid, venecia...y todos los puertos del mundo!
G.

Anónimo dijo...

gusto de recalar otra vez en esos cruces de calles y miradas.... y nostalgia por no poder compartirlas con la frecuencia deseada...

abrazos, ch

Gustavo dijo...

¡Qué bien! Nuevas visiones... Gracias por compartir.