lunes, 12 de noviembre de 2007

Abuelos, bicicletas, pinchos

De Pekín, me gusta ver a los abuelos (de ochenta años) saltando a la comba. Rodeados de rascacielos o en diminutos callejones. Como si acabaran de salir de clase y tan sólo tuvieran unos minutos para disfrutar del recreo. Compiten con sus nietos en ver quién da más saltos y, cuando los niños miran hacia otro lado, aprovechan para hacer trampas. Sus caras cuentan tantas arrugas como años y sus manos parecen salir de una ducha demasiado larga; pero saltan con la agilidad de los jóvenes que lo darían todo por hacer realidad sus sueños. Al fondo veo a otro anciano con una comba en la mano; parece que ahora van a saltar por parejas.

De Pekín, me gusta contemplar a las parejas que van juntas en la misma bicicleta. Normalmente es el hombre el que da pedales y la mujer la que le susurra algunas palabras al oído. Los dos se mueven entre la multitud (siempre es así en Pekín) como si estuvieran volando en dirección contraria al resto del mundo. A veces, ella se agarra a su cintura como si fuera la última cosa que quisiera perder en su vida. Otras, apoya su cabeza sobre su espalda y aprovecha para dormir un rato. Si ve que él se despista, se encuentra con sus manos en el volante, y una caricia basta para indicarle que se ha equivocado de dirección. A veces les persigo hasta que mis piernas no pueden más, lamentándome de que nuestro individualismo europeo nos haya arrebatado placeres tan sencillos como éste.

De Pekín, me gusta tomar pinchos en los puestos de la calle. Mezclarme con la gente y el humo, intentar oler a comida. Preguntarles si hoy se han vendido más pinchos de pollo o de ternera, y contestar con orgullo que yo también puedo comer picante. Comer tres o cuatro en el mismo sitio, sin moverme, aconsejando a los nuevos que llegan que tomen las bolas de pescado en vez de los hígados de ternera. Decir que vivo en Pekín –como si hiciera falta que yo también me lo creyera- y responder con una sonrisa amable “sí, estudio chino en la Universidad”. Ahora hace calor y huele bien. Como si, desde España, mi hogar se hubiera trasladado a los dos metros cuadrados que ocupa el chiringuito.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Hola,

cambiamos olores de croissantas parisinos por pinchos de esos barrios...

... y las caóticas bicis fiorentinas y las modernas velib francesas por los cariñosos tandem pekineses...

seguimos al tanto de esas sensaciones...

abrazos, ch.

Harivardhini Pradeep dijo...

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Anónimo dijo...

Daniel San, más Daniel San que nunca, cómo debes de estar disfrutando esos placeres únicos que te abre China, y cómo te envidio por ello...

Gracias por crear esa puerta sideral que nos trae la ciudad a casa pero ojo! Las supertacañonas están al acecho, cuidado con los temas recurrentes.

Un abrazo