lunes, 5 de noviembre de 2007

Las cosas del Rastro

En el Rastro hay un manco que toca la guitarra con un garfio. Y una banda de kurdos obliga a bailar al que se acerca. Hay espejos encantados, elefantes de porcelana, postales del Papa fumando un porro, alfombras místicas. También hay teléfonos de ruedita, clavos centenarios y los costureros que heredaron todas nuestras abuelas. Y alrededor de cada objeto, la estela de las manos de sus primeros dueños.

A las 7 hay una gitana que se enfada con los palos de metal de su chiringuito. Hay un hombre que ha esperado toda la semana para encontrar un último sello, aunque luego se ponga a ojear portadas amarillentas del Interviú (hay que ver qué buena estaba la Carmen Sevilla). Al lado de mujeres que gritan bragas a dos euros, que escandalizan a escritores disfrazados de escritores buscando las primeras ediciones de sus libros.

El Rastro está a la última: hay cartuchos de tinta pirata, y un boliviano recién llegado llora cuando tropieza con los pantalones que vendía en el mercado de su pueblo. En cuatro calles conviven colecciones insensatas, armaduras medievales (6.000 euros), y un judío barbudo vende estrellas que se transforman en coronas que sirven como pulsera, y que en verdad son pelotas de alambre. Y cintas blancas de un concierto de Los Panchos, y manos en los bolsillos para que las carteras no cambien de dueño.

En el Rastro, de empalmada, una macarra que empezó anoche con kalimocho en Malasaña, se ha convertido en princesa sólo por querer probarse un vestido verde de otra época. Y un grupo de mochileros austriacos, que no entiende nada pero esto les encanta, perderán el avión por tomarse la penúltima. Al lado de Juan, que pide lo de siempre, extrañado porque es la primera vez que va al Rastro sin su hija. Y cómo pasan los domingos, que de pronto son años…

Y poco a poco se apaga el murmullo del comercio, y a media tarde sólo quedan plásticos y cartones solitarios, panfletos anarquistas y dietéticos, y si hace viento forman remolinos con la publicidad del restaurante vegetariano de los hare cristnas. Y a pesar de la brisa, el aire es pesado, tristón; por culpa de los fantasmas de las cosas del Rastro, que se quedan paseando nostálgicos por las calles de Madrid.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

buen despertar de este lunes con este paseo... después de un largo finde donde por aqui los gritos de gol...!!! resonaban en varias islas apagando las de sivuple o help de los últimos ocupantes de los cayucos al llegar a arguineguín o a puerto de la estaca...
seguimos... ch

Anónimo dijo...

Éste sí que me ha gustado, y pa' que yo escriba en un blog...ya tiene que gustarme. Aunque sea tarde, lo has bordado.
Un abrazo desde el vacío