miércoles, 20 de febrero de 2008

Feliz Cumpleaños

Visiones cumple un año. Y para celebrarlo, como un niño al que le permiten un capricho, hemos decidido regalarnos un primer deseo, y empezar así las "Visiones que nunca vimos".
En Madrid es de noche, y quizás en Pekín ya esté amaneciendo... En París y Florencia, el Sena y el Arno resplandecerán como si fueran a estallar. Como siempre…Y este cumple son sólo unas horas compartidas para (por una vez) mirar atrás y darnos cuenta que Visiones, al menos, hace que sus autores presten atención a las maravillas que tienen a su alrededor. Y eso es el máximo que se podía esperar de este recién nacido.
Sabemos que gateamos, que andamos a tientas, que no sabemos lo que hacemos. Pero en este año ya hemos comprobado nuestra primera intuición: el camino sólo se ensancha con la mirada del otro. Visiones siempre empieza con un trazo: un destello, un alguien, un algo que luce distinto. Se esboza en nuestra escritura, en nuestras cámaras o micrófonos, pero el dibujo sólo toma forma en otra mirada. La tuya.
¡Feliz Cumpleaños Visionarios!

lunes, 11 de febrero de 2008

Horizontes imprevistos

Dicen que Madrid no tiene horizontes. Y es verdad que hay pocos. Por eso, cuando surge uno es siempre una sorpresa, un respiro en mitad del agobio, un placer imprevisto.

Como el horizonte desde un Parque de Entrevías, frontera popular de Vallecas. (Popular porque hay sábanas en las ventanas, la gente se saluda y discute en los portales, las mujeres van a la peluquería en pijama y hay rostros tallados por la heroína). Al salir de la estación, una plaza con vistas a Madrid: la ciudad se superpone a sí misma formando una escalera de techos, desde las primeras casas bajas hasta los lejanos rascacielos. Y al fondo la sierra, desenfocada tras la corona de contaminación. Desde aquí se ven los límites de de la ciudad, te das cuenta que no estuvo siempre, que ha sido construida a base de tropiezos, que también fue pequeña y ha crecido hasta convertirse en todo un horizonte… Por eso, desde este parque de Entrevías, Madrid se muestra abarcable, abrazable, se deja querer.

Nunca esperas encontrar surrealismo en un aeropuerto. Pero desde los ventanales de salida de Barajas (T2), han permitido un horizonte para acoger tantos suspiros, despedidas, cansancios. Los aviones trazan diagonales sobre un fondo de colores imposibles. Tras el atardecer, la sobria colina castellana se pone naranja, como de guerra de las galaxias, resplandeciendo sin motivo. El azul se condesa, se satura, y al acercarse la noche contiene la oscuridad en un instante flourescente. Y si añadimos un cambio de horario y una luciérnaga despistada, ya tenemos un horizonte sacado de un sueño.

En el Parque del Oeste los malos humos de la ciudad no traspasan la primera línea de pinos. En una esquina hay un montículo de tierra, un solar de apenas unos metros. Desde allí, los árboles se separan para hacer hueco y que el sol caiga entre sus copas. La visión se ensancha. Los cuerpos se calman. Los tiempos ya son otros, y el sosiego en la retina contagia al pensamiento. En el Parque del Oeste -es lógico- un atardecer, una esquina del mundo que da ganas de envejecer de repente, si tienes a alguien a quien coger de la mano y respirar hondo.

jueves, 7 de febrero de 2008

Personas en el camino

Guangzhou: me alojo en casa de Bangbang, una artista china que parece española: se echa todos los días a las dos de la mañana, se levanta a las doce (“si es que me apetece”) y come a las tres de la tarde. Enseguida me doy cuenta de que lo de artista para ella no es una profesión, sino una forma de vida: hasta verla fumar un cigarrillo se convierte en una representación de teatro. Su cara, llena de pequeñas heridas y cicatrices, le dan un toque de artista caótica, oscura, parecida a las pinturas negras de Goya. De golpe, me dice sin rubor que en ocasiones tiene que ejercer de prostituta para poder pagar la casa. Y entonces me doy cuenta de que estoy visitando el Guangzhou oscuro.

Shenzhen: me encuentro con una chica colombiana (Diana) que trabaja para una empresa estadounidense de ordenadores. Me recibe en esta ciudad apabullante, con sólo 30 años de vida, casi virgen, y que sin embargo parece ya haber envejecido a base de rascacielos y dinero. Diana, de cara tan sonriente y brillante que parece uno de esos soles dibujados por los niños, me enseña que se puede vivir rodeado de hipocresía y dinero y aún así ver la vida como una comedia. “¿Cómo lo haces?”, le pregunto. “¿Cómo consigues seguir bailando con esta música de fondo?”. Y Diana me regala otra sonrisa como respuesta.

Tainan (sur de Taiwan): Kevin, estadounidense y soñador, me viene a buscar en scooter a la estación de trenes. Su vida, complicada como pocas, parece sencilla cuando se contempla con sus lentes: todo parece fácil cuando Kevin está a tu lado. Al llegar a su casa me doy cuenta de que no ha cerrado la puerta con llave, y de que deja fuera su moto, sin candado y con las llaves puestas. “¿Quién sería el cabrón que inventó las llaves?”, me dice en su perfecto español.

Taipei: Chia-Chun estudió ingeniería técnica, y es una de las pocas personas que me ha enseñado que los números pueden hacer mejor a las personas; y que las matemáticas no están reñidas con el arte. De pequeña (seguro que tenía la misma cara redonda y sonrojada que tiene ahora) hacía ejercicios de Tai-chi en el patio de su casa, y ahora es voluntaria (¡“tengo mucho tiempo libre”!) en la biblioteca de su pueblo. Con 30 años, todavía está encantanda de vivir con su familia (los abuelos en el primer piso, ella en el segundo, los tíos en el tercero y sus padres en el cuarto). Pero lo que más le gusta (y me lo confiesa muy seria, como si fuera una ministro) es su trabajo: “Enseño a los niños a utilizar los LEGO”. Y es feliz porque sabe que tiene el mejor trabajo del mundo.