lunes, 11 de febrero de 2008

Horizontes imprevistos

Dicen que Madrid no tiene horizontes. Y es verdad que hay pocos. Por eso, cuando surge uno es siempre una sorpresa, un respiro en mitad del agobio, un placer imprevisto.

Como el horizonte desde un Parque de Entrevías, frontera popular de Vallecas. (Popular porque hay sábanas en las ventanas, la gente se saluda y discute en los portales, las mujeres van a la peluquería en pijama y hay rostros tallados por la heroína). Al salir de la estación, una plaza con vistas a Madrid: la ciudad se superpone a sí misma formando una escalera de techos, desde las primeras casas bajas hasta los lejanos rascacielos. Y al fondo la sierra, desenfocada tras la corona de contaminación. Desde aquí se ven los límites de de la ciudad, te das cuenta que no estuvo siempre, que ha sido construida a base de tropiezos, que también fue pequeña y ha crecido hasta convertirse en todo un horizonte… Por eso, desde este parque de Entrevías, Madrid se muestra abarcable, abrazable, se deja querer.

Nunca esperas encontrar surrealismo en un aeropuerto. Pero desde los ventanales de salida de Barajas (T2), han permitido un horizonte para acoger tantos suspiros, despedidas, cansancios. Los aviones trazan diagonales sobre un fondo de colores imposibles. Tras el atardecer, la sobria colina castellana se pone naranja, como de guerra de las galaxias, resplandeciendo sin motivo. El azul se condesa, se satura, y al acercarse la noche contiene la oscuridad en un instante flourescente. Y si añadimos un cambio de horario y una luciérnaga despistada, ya tenemos un horizonte sacado de un sueño.

En el Parque del Oeste los malos humos de la ciudad no traspasan la primera línea de pinos. En una esquina hay un montículo de tierra, un solar de apenas unos metros. Desde allí, los árboles se separan para hacer hueco y que el sol caiga entre sus copas. La visión se ensancha. Los cuerpos se calman. Los tiempos ya son otros, y el sosiego en la retina contagia al pensamiento. En el Parque del Oeste -es lógico- un atardecer, una esquina del mundo que da ganas de envejecer de repente, si tienes a alguien a quien coger de la mano y respirar hondo.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

empezar la jornada de trabajo con horizontes (..palabra cercana como pocas...)tan especiales da ánimos para seguir buscando nuevos "horizontes" que compartir...

veo que ambos se lo siguen currando...

abrazos, ch.

Anónimo dijo...

Horizontes imprevistos... siempre se camina hacia uno de ellos. Todo un regalo. Gracias por compartir.