martes, 30 de diciembre de 2008

La mujer olímpica

Pekín 2008. No sólo una ciudad y un año, también un símbolo, una etiqueta. Una historia y un año al que Pekín no quiere renunciar: por las calles sigue luciendo los colores fosforitos de los Juegos Olímpicos, mientras los estadios resaltan al cambiar de color con el frío del invierno. La ciudad (esta vez sí, en femenino) no quiere renunciar a sus aires de grandeza. Al llegar a Pekín, uno tiene la sensación de que las Olimpiadas están a punto de comenzar.

Frente a los estadios, los tornos todavía esperan a los visitantes con aire nervioso y agarrados a sus entradas. En el metro las mochilas siguen pasando por los Rayos-X, siguiendo en cada estación la rutina olímpica. En los autobuses y hoteles, por toda la ciudad, las televisiones siguen llenando el aire con los sonidos de las pruebas más emotivas de los Juegos; y las medallas de oro y gestas deportivas siguen manchando de tinta las páginas de los periódicos. Los carteles de “Pekín 2008” todavía adornan el cuello y las manos de la ciudad. Pekín sigue vestida de gala. Como la novia que al día siguiente todavía quiere ponerse el traje de bodas.

En medio de besos de despedida y reencuentros, del bullicio de una ciudad obligada a no parar nunca, gran parte de las conversaciones siguen congeladas en torno a las anécdotas olímpicas. Los recién llegados a la ciudad preguntan a los veteranos por las Olimpiadas, y estos se muestran orgullosos cuando dicen que pudieron entrar al Nido. Al margen de las muestras físicas, de esa apariencia exterior, Pekín sigue siendo olímpica por dentro.

Pekín 2008. Se acabó.

Aunque la ciudad no quiera.

lunes, 15 de diciembre de 2008

Presencias (Esculturas de Madrid)

Federico García Lorca ve pasar el mundo encogido en la plaza de Santa Ana. Humilde, como si lanzara al aire una paloma a cada rato. Su rutina son frívolas conversaciones en las terrazas de al lado, niños jugando de un modo siempre único en columpios formato estándar, y jóvenes que creen que emborracharse y gritar -sin más- es trasgresor. De vez en cuando, se le dibuja un atisbo de sonrisa, un reflejo en su pupila. Se reconoce en el caminar de una muchacha, en un viejo que mira los tejados, y siente así que le han matado un poco menos.

En plena Castellana, una diosa griega se tira de los pelos ante la incesante barbarie del tráfico. Al lado, una de esas gordas insulsas de Botero sigue recostada, mirándose en un espejo diminuto, dando a entender que la vida es, sobre todo, cómo uno se lo tome.

Quevedo tiene celos de las oficinas de publicidad que hay en su plaza. Observa sin inmutarse, pero decepcionado, lo que pasea por delante. Y cuando por fin no se oyen pasos en Chamberí baja a ver los periódicos que se acumulan en la trasera de los kioskos antes de que abran. Y enseguida vuelve travieso a su pedestal y se le ocurren discursos, pareados, editoriales, cartas como ganchos en el estómago. Tanta carnaza de marrano pide a gritos la lamina hiriente de su afilada pluma.

Una chica de bronce indecisa, recién salida del instituto, (o puede que del primero año de Bellas Artes o Arquitectura, por el tamaño de su carpeta). Su mirada se pierde para alcanzar nuestras dudas. Nos pregunta el por qué de nuestro paso apresurado. Y si le das tiempo a su inocencia, nos puede hacer ver hasta qué punto nos traicionamos, cuánto hicimos aquello que detestamos y dijimos que nunca haríamos Y sin abrir la boca, te pregunta en qué momento dejaste de ser adolescente, qué primer día creíste que no todo se podía cambiar, y los besos dejaron de ser puros. O no.

lunes, 8 de diciembre de 2008

Fotos de Pekín. Pies de Madrid.











Madrid Plaza Callao.

“Si tiras una moneda Lucero da un ladrido”.

Es Invierno.

Hace capitalismo.













Madrid = Bocata de calamares













Madrid Domingo.

Busco desesperadamente

un encuentro casual en el Rastro.




Madrid El metro me hunde.

(Es lógico).












Madrid Regreso:

nadie me abraza en Barajas.











Madrid Marzo

los árboles de las esquinas florecen a medias

marcando el ángulo de los atardeceres

los ritmos de la primavera




Madrid Kilómetro cero:

incomprensibles anhelos podocéntricos.











Madrid Alguien me mira