lunes, 30 de julio de 2007

Visiones cruzadas

Hay ciudades hechas para el reencuentro; lugares donde el tiempo y el espacio se difuminan. Plazas en las que parece natural tropezarse con el amigo taiwanés que conociste en Canadá hace tres años. O con la chica que trabajaba de camarera en tu pueblo y a la que llevas sin ver decenas de meses. Ciudades, como París, en las que un soplo universal impregna cada avenida. Donde te puedes encontrar con cualquiera en los pasillos del metro. Y donde cualquiera te puede encontrar a ti.

Por eso, cuando Senante y yo nos descubrimos en Montmartre (¿dónde si no?), me pareció lo más natural del mundo. Un canario que venía de Florencia y un asturiano que llegaba de Avignon, unidos por el magnetismo romántico de París. Casi 24 horas de un encuentro en medio de muchos caminos. Suficiente tiempo para perseguir mujeres en el metro, encontrarse con un viejo poeta en un restaurante español o decir adiós a mi último hogar. La primera vez en la que Senante y yo hablamos cara a cara de estas Visiones.

Como los "camaradas" de Saint-Exupéry en Tierra de Hombres, ambos aspiramos a ser aprendices de pilotos y exploradores de rutas. Lo que implica que casi nunca estamos en el mismo lugar. Y que sólo el azar nos une en una estación de tren o en un aeropuerto. En Gijón o en Santa Cruz de Tenerife. En Florencia o en París. En Estambul o en Pekín. Casi siempre lejos en el espacio pero unidos por un mismo cordón umbilical. A veces silenciosos, pero siempre presentes para el otro. Tal vez con respuestas diferentes, pero casi siempre con las mismas preguntas.

Mi última noche en París, improvisada entre vasos de sangría y SMS a última hora, se convirtió en un humilde homenaje a lo vivido durante todo el año. Sentados en torno a la mesa de mármol de mi cocina, dos amigas Erasmus, el canario recién llegado a la ciudad y yo. Tres nacionalidades entre cuatro paredes. Casi sin espacio para moverse dos centímetros. Con una puerta siempre cerrada, como si tuviéramos miedo de que la intimidad recién creada pudiera evaporarse. Juegos casi infantiles. Complicidad entre las cuatro miradas. El placer de hablar por hablar. Sin tabúes y sin rodeos. Como si aquella última noche, fruto de las mayores casualidades, hubiera estado planificada desde nuestros nacimientos. Como escribía Exupéry, "por fin nos habíamos encontrado. Nos apoyamos el uno en el otro. Y nos engrandecimos al descubrir que pertenecíamos a la misma comunidad".

lunes, 23 de julio de 2007

Visiones cruzadas

París. Línea azul (fuerte). Barbés. Sube. Me la tapa una señorona africana con la mirada perdida y un chaval con el monopatín colgado de la mochila. Stalingrad. Más gente, apenas la veo. Belville. Descubro una flor en su chaqueta fina negra que la convierte en aún más deseable. Sigue sin mirarme. Se quita la chaqueta y aparece un hombro. Menos mal que es alta, aunque todavía no sé donde termina su pelo. En medio, tres parejas de abuelitos japoneses que no dejan de comparar el nombre de las estaciones con dos mapas giratorios. Père Lachaise. Me pilla mirándola y hacemos como si nada. Sale en Avron, con prisa. Mira hacia los dos lados para ver qué salida le conviene. Yo imagino su paso firme por París, y ella escapa del marco de mi ventana. Inevitable.

París. Un viejo con citacrices de la vida en la piel, en la mirada, y un pañuelo de pirata urbano al cuello, uno de esos a los que los cantautores dedican canciones y hacen cambiar de acera a las amas de casa, se toma el mejor vino, un Marqués de nosequé, de un restaurante español en una callejuela del Marias; cuando se acaba el segundo vaso paga y le regalan el tercero, entonces saca un folio y empieza a escribir una nota, que nada más irse los camareros empiezan a pasarse entre el desconcierto y la sonrisa. ¿Quién puede asegurar que ese tercer vaso de Marqués dedondesea no haya evitado un suicidio que ya parecía inevitable?

París. Ella le da el teléfono de su país, y le dice que venga cuando quiera, que en su casa hay sitio de sobra. Él le pone la mano en el hombro, mientras dice ha sido un placer vivir contigo (y le asalta el recuerdo de las caricias somnolientas, de sus salidas de la ducha, de las alegres llegadas anunciadas por silbidos). Ella dice gracias por todo, acordándose de aquel bajón de febrero. Él le dice gracias a ti, queriendo decir te quiero. (Todo esto en el pasillo). Y se abrazan porque ella tiene que levantarse temprano y él todavía tiene que hacer la maleta, y una mejilla toca el final de un labio, y durante un instante todo es posible: no acabar la carrera, quedarse los dos en París, juntos en ese apartamento, buscarse cualquier trabajo, amarse sin medida. Pasan los segundos, y sus cuerpos sólo se separan por la inercia de ser formales. Ella, sin saber por qué, le despide desde su habitación y él ve como se le cierra el amor en las narices, inevitable.

martes, 17 de julio de 2007

Paris la nuit

París no es sólo la ciudad de las luces, sino también la de la sombras. Cuando los cristales de la pirámide del Louvre se iluminan con el incipiente brillo de las farolas, una nueva vida comienza en la capital francesa. Como las personas, París se vuelve más sincera por la noche. Porque es cuando se encienden las velas y la ciudad se vuelve más íntima.

La noche de París necesita de un poco de paciencia. Uno no puede esperar triunfar en la primera cita. Más de uno se habrá visto atrapado por el mal gusto de las discotecas más famosas, en los Campos Elíseos; o por la falta de vida nocturna en algunos barrios. Pero, una vez que la has conocido y te ha conquistado, la ciudad te mostrará su cara más fiestera. Y si, como Frank Sinatra, quieres levantarte “en una ciudad que nunca duerma”, París también es tu lugar.


Porque puede que la fiesta en Montmartre se haya convertido en un mito; pero en un mito viviente. Si los pintores y la absenta se han evaporado de este legendario barrio, su esencia transgresora y artística nunca ha desaparecido. Es cierto que el Moulin Rouge se ha transformado en una inversión turística; pero el Divan du Monde o el Elysee Montmartre han sabido mantener su espíritu. Y en toda la ciudad, durante toda la semana, la oferta nocturna es tan amplia, que uno puede confirmar que “la fiesta” no es un monopolio español. Asomándose a Belleville (Neuf Billards, Java), acercándose a Gambetta (Fleche d´Or) o inspeccionando la Bourse (Tryptique, Truskel, Rex...) uno puede disfrutar de tanta fiesta como pueda aguantar.

¿Dinero? El presupuesto para la mejor noche en París no cuesta más de una botella de vino. La capital francesa cumple por la noche con todas las expectativas que se han ido creando durante el día. Además de una de las ciudades más sabrosas, París también es de las más borrachas. De las que sacan lo mejor de sí mismas durante la noche.


[Foto vía Kasparov]