martes, 27 de enero de 2009

Chongqing la picante

Chongqing parece una ciudad en guerra. La mitad de los edificios están destrozados, es frecuente encontrar sofás en medio de la calle y trozos de tejas rotas en la acera. Explanadas enteras, miles de metros cuadrados están hechos escombros. Las casas que tienen ventanas en Chongqing no tienen puertas, y las que aún tienen tejado suelen tener algún agujero por el que se puede vislumbrar la cocina. La neblina que invade la ciudad ayuda a darle un toque aún mas fantasmagórico, como si las bombas recién caídas el día anterior hubieran dejado su rastro por toda la ciudad.

En medio de este ambiente bélico, la ciudad es un caos. No se trata de una especie de laberinto a la europea, de pequeñas calles antiguas que han sobrevivido al paso del tiempo. Es un desorden mucho más profundo, donde las avenidas van en todas direcciones, hay cientos de calles sin salida, carreteras que se levantan a decenas de metros del suelo y trenes que pasan por encima de tu cabeza. La ciudad es decrépita y amaga con cierto futurismo.




Chongqing se encuentra entre dos ríos (uno de ellos el Yangtse, el tercer río más grande del mundo) y está plagada de montañas y vegetación salvaje. No quiere decir que las montañas rodeen la ciudad, ni que los ríos formen parte de una ruta comercial; quiere decir que Chongqing huele a tierra y sabe a agua salada. Por eso los mapas tradicionales son inútiles en Chongqing: porque no aparecen las montañas, los valles ni los árboles. Es una naturaleza enorme, gigantesca, inabarcable; tan abrumadora que impone respeto pasear por el puerto y las avenidas improvisadas junto al río. Uno se siente muy pequeño frente a la imponente Chongqing.

Chongqing huele a picante, en cada esquina, en los mercados del puerto, en los restaurantes. La ciudad es conocida por su plato estrella, el huoguo (火锅), una pota donde se pueden cocinar todo tipo de alimentos (bolas de pescado, algas, ternera, verduras, toufu, patatas...) en una salsa roja cuyas gotas parecen salpicar toda la ciudad. El huoguo de Chongqing es tan picante que el olor te limpia la nariz y la garganta, te deja la boca insensible y los labios ardiendo durante horas.

Chongqing es un buen ejemplo de como las ciudades, las personas y la comida se funden en un lugar. El huoguo (picante, profundo, rojo, grasiento) define no sólo esta enorme región de China (30 millones de habitantes), sino también sus habitantes. De Chongqing se dice que no sólo tiene las mujeres más bonitas del país, sino también las más picantes (la -辣-). Esto quiere decir que son hermosas, pero que tienen muy mala leche. Como Chongqing.



lunes, 19 de enero de 2009

La ciudad nevada (Madrid tranquila)




La nieve parece hacer con las personas lo mismo que con las estatuas, nos da un aire de vida, de sonrisa contenida. Como en los cuadros barrocos, bajo la nieve todo parece tener trampa, el doble fondo de los trucos de magia. Pero es una sonrisa más de masaje que de chiste, es la sonrisa de los sabios ante las preguntas del discípulo, o de los discípulos cuando comprenden. La nieve parece darnos la clave de un enigma, que no entendemos y ni siquiera nos hemos planteado, pero que nos devuelve un poco al origen, un poco a la infancia, un poco a la calma…



Y así, en un primer día de nieve, el que no juega, o al menos cierra los ojos y respira hondo, es que es un desalmado.

Bastó una mañana de copos, unos centímetros de nieve para que en Madrid cuajara la tranquilidad. La ciudad se convirtió en el patio de un colegio. Con euforia en las puertas de las oficinas que hacía regresar las ganas de ser travieso, una nostalgia alegre en las ventanas de los jubilados, asombro feliz en las salidas del metro. 





Por la tarde la nieve cayó mansamente, como en los cuentos, y dio un paréntesis para hacernos creer que la única guerra posible era la de bolas entre amigos, y desconocidos que se hacen amigos. El cielo gris dejó de ser una amenaza. Los copos caían, y los pómulos miraban al cielo para esperarlos y convertirlos en lágrimas sin rastro de tristeza. Las manos desnudas se posaban en la nieve, apenas un centímetro, y por una vez el frío parecía una caricia.

el susurro de las bicicletas sigilosas (sí, en Madrid ya se ven bicicletas)
el sonido crujiente de las pisadas
las siluetas encogidas y difuminadas de los abrigos
(hasta los escaparates del Corte Inglés parecen inofensivos)
un perro que sale del portal y queda extasiado
los faroles de la calle Preciados que tintinean en la niebla como lo hacen en los pueblos
en esa calle, cuando ya sólo quedan las estelas de la muchedumbre, un guitarrista toca para nadie (es decir, para él mismo). Hasta que alguien se para y: la música, el frío en las manos del guitarrista, la vuelta a casa con desvío, las decisiones de sus vidas, y el mundo en general cobran sentido



PD: el mismo frío que hizo posible todo esto, era el que helaba el alma entre los cartones cuando hacen de mantas, formaba filas frustradas ante los albergues, y a unos miles dejaba la soledad en los huesos para toda la semana. Va a ser verdad eso de que "el frío es mucho más que bajas temperaturas".

lunes, 12 de enero de 2009

La ciudad transformada

Cuando se despertó, Pekín había cambiado. Así, de la noche a la mañana. Como si un grupo de tramoyistas hubiera estado trabajando toda la noche y hubiera cambiado el escenario. En algún rincón del teatro quedaron los edificios grises, las sucias avenidas y el cielo contaminado; en su lugar, las cortinas del teatro parecían nuevas, de ese rojo brillante de estreno, y el cielo era tan azul (tan azul cielo) que parecía haber sido pintado con brocha gorda por un niño de cinco años.

Si algo había detestado de Pekín, eso eran las enormes urbanizaciones que poblaban la ciudad con edificios de más de quince plantas. Y, sin embargo, desde aquella noche, comenzó a ver algo especial en ellas: eran el lugar ideal donde refugiarse de la soledad y el frío del invierno. Y cuando iba a la Universidad (que también había cambiado) siempre soñaba con en ese encuentro fortuito, con esos cinco minutos escondidos entre los edificios. Hasta los trayectos en metro dejaron de ser aburridos, porque en cada estación sentía las caricias de la ciudad.

Como si hubiera tomado la mejor de las drogas, la transformación de Pekín le hizo descubrir cosas nuevas. Allí donde sólo había un paseo en torno a la Ciudad Prohibida, pudo sentir el palpitar de la antigua ciudad bajo sus pies. Donde sólo había un parque con una pagoda blanca, descubrió caminos y montañas llenos de sentido. Y las cercanías de su casa, siempre agradables pero un poco frías, se llenaron de un calor que le recordaba a la estufa de la casa de su abuela. Parecía como si un director de cine se hubiera encargado de todos los detalles de la escena, desde los lugares por los que debían pasar hasta las personas que se cruzaban en el camino.

Las noches se hicieron eternas desde aquella noche, y hasta se olvidó de dormir. ¡Había tantas cosas que hacer en Pekín! No quería desperdiciar ni un segundo de esta nueva vida en la ciudad, porque era tan feliz que el paso del tiempo le parecía una condena.

Después de un año y medio en Pekín, al fin la ciudad se había convertido en su hogar.

lunes, 5 de enero de 2009

Soneto imperfecto nocturno en crápula sostenido



Dandi entre yonkis, punkis y moteros
¿por qué no salir martes por la tarde?
El consumismo emocional inventaste
aquella vez que nos pusimos tiernos.



Paseante por las venas de la noche.
No hay tuno bueno, ni veneno malo
ni tendrás mayor orgullo que cuando
las camareras recuerden tu nombre.


Carpe diem tiene forma de tubo
no puede haber más dieta que la líquida
la resaca se va con ron, lo juro.


Y si la vida deja un bar abierto
tu voz rota raja la madrugada:
ya dormiremos cuando estemos muertos.