lunes, 12 de enero de 2009

La ciudad transformada

Cuando se despertó, Pekín había cambiado. Así, de la noche a la mañana. Como si un grupo de tramoyistas hubiera estado trabajando toda la noche y hubiera cambiado el escenario. En algún rincón del teatro quedaron los edificios grises, las sucias avenidas y el cielo contaminado; en su lugar, las cortinas del teatro parecían nuevas, de ese rojo brillante de estreno, y el cielo era tan azul (tan azul cielo) que parecía haber sido pintado con brocha gorda por un niño de cinco años.

Si algo había detestado de Pekín, eso eran las enormes urbanizaciones que poblaban la ciudad con edificios de más de quince plantas. Y, sin embargo, desde aquella noche, comenzó a ver algo especial en ellas: eran el lugar ideal donde refugiarse de la soledad y el frío del invierno. Y cuando iba a la Universidad (que también había cambiado) siempre soñaba con en ese encuentro fortuito, con esos cinco minutos escondidos entre los edificios. Hasta los trayectos en metro dejaron de ser aburridos, porque en cada estación sentía las caricias de la ciudad.

Como si hubiera tomado la mejor de las drogas, la transformación de Pekín le hizo descubrir cosas nuevas. Allí donde sólo había un paseo en torno a la Ciudad Prohibida, pudo sentir el palpitar de la antigua ciudad bajo sus pies. Donde sólo había un parque con una pagoda blanca, descubrió caminos y montañas llenos de sentido. Y las cercanías de su casa, siempre agradables pero un poco frías, se llenaron de un calor que le recordaba a la estufa de la casa de su abuela. Parecía como si un director de cine se hubiera encargado de todos los detalles de la escena, desde los lugares por los que debían pasar hasta las personas que se cruzaban en el camino.

Las noches se hicieron eternas desde aquella noche, y hasta se olvidó de dormir. ¡Había tantas cosas que hacer en Pekín! No quería desperdiciar ni un segundo de esta nueva vida en la ciudad, porque era tan feliz que el paso del tiempo le parecía una condena.

Después de un año y medio en Pekín, al fin la ciudad se había convertido en su hogar.

2 comentarios:

Precarioman dijo...

Bienvenido a un Pekin que yo no conozco, pero que sin duda si sabe tratarte como te mereces y te hace sentir en casa, merece la pena.
un saludo madrileño

Anónimo dijo...

qué guay! yo también quiero ver transformada mi ciudad así. GRACIAS!