lunes, 19 de enero de 2009

La ciudad nevada (Madrid tranquila)




La nieve parece hacer con las personas lo mismo que con las estatuas, nos da un aire de vida, de sonrisa contenida. Como en los cuadros barrocos, bajo la nieve todo parece tener trampa, el doble fondo de los trucos de magia. Pero es una sonrisa más de masaje que de chiste, es la sonrisa de los sabios ante las preguntas del discípulo, o de los discípulos cuando comprenden. La nieve parece darnos la clave de un enigma, que no entendemos y ni siquiera nos hemos planteado, pero que nos devuelve un poco al origen, un poco a la infancia, un poco a la calma…



Y así, en un primer día de nieve, el que no juega, o al menos cierra los ojos y respira hondo, es que es un desalmado.

Bastó una mañana de copos, unos centímetros de nieve para que en Madrid cuajara la tranquilidad. La ciudad se convirtió en el patio de un colegio. Con euforia en las puertas de las oficinas que hacía regresar las ganas de ser travieso, una nostalgia alegre en las ventanas de los jubilados, asombro feliz en las salidas del metro. 





Por la tarde la nieve cayó mansamente, como en los cuentos, y dio un paréntesis para hacernos creer que la única guerra posible era la de bolas entre amigos, y desconocidos que se hacen amigos. El cielo gris dejó de ser una amenaza. Los copos caían, y los pómulos miraban al cielo para esperarlos y convertirlos en lágrimas sin rastro de tristeza. Las manos desnudas se posaban en la nieve, apenas un centímetro, y por una vez el frío parecía una caricia.

el susurro de las bicicletas sigilosas (sí, en Madrid ya se ven bicicletas)
el sonido crujiente de las pisadas
las siluetas encogidas y difuminadas de los abrigos
(hasta los escaparates del Corte Inglés parecen inofensivos)
un perro que sale del portal y queda extasiado
los faroles de la calle Preciados que tintinean en la niebla como lo hacen en los pueblos
en esa calle, cuando ya sólo quedan las estelas de la muchedumbre, un guitarrista toca para nadie (es decir, para él mismo). Hasta que alguien se para y: la música, el frío en las manos del guitarrista, la vuelta a casa con desvío, las decisiones de sus vidas, y el mundo en general cobran sentido



PD: el mismo frío que hizo posible todo esto, era el que helaba el alma entre los cartones cuando hacen de mantas, formaba filas frustradas ante los albergues, y a unos miles dejaba la soledad en los huesos para toda la semana. Va a ser verdad eso de que "el frío es mucho más que bajas temperaturas".

2 comentarios:

Anónimo dijo...

no me he podido resistir (una semana después) a volver a pasear por esas calles nevadas para escuchar el sigilosos paso de las bicis y a ese guitarrista de la esquina ...que imagino toca una versión popular del invierno de las estaciones de Vivaldi...

compartiendo fríos, ch

Anónimo dijo...

lo he leido tarde cuando ya no hay nieve,sólo el recuerdo. siempre que nieva o hace frío pienso en los que no tienen calor y lo horrible uq edebe ser. Este pensamiento debe der genético pues siempre lo decía mi padre de la gente de debajo de los puentes (antes era así). mi único consuelo es que una nueva generación hace algo...