lunes, 6 de abril de 2009

Apuntes de un parado

Al principio el desayuno fue un placer. Un buen par de tostadas, café sin prisas, incluso a veces una pieza de fruta, o un jugo de naranja, con la sal y pimienta de imaginar lo qué estarían haciendo a esa hora los antiguos compañeros. Un placer recuperado, que hasta hace dos meses era negado por las prisas, los horarios y ese estar-llegando-siempre-tarde, tan mío, y que ya parece tan lejano. En cambio ahora, el desayuno se ha convertido en la primera señal, las mismas tostadas -qué hijas de puta- susurran lo que ya sé: no tengo nada que hacer en todo el día.

Hoy el desayuno se pareció al de antes. No madrugué tanto, pero al menos tenía una cita (y no era en el INEM). Una entrevista de trabajo. Inexplicable esperanza. ¿Por qué me preguntarían por mis defectos? A la salida la ciudad era molesta a las 11, desconocida. Demasiada luz.

Lo mejor de la entrevista, la espera. Creí entrever una cierta solidaridad en la sala de espera. Cuando allí íbamos para competir. Mejor que las caras de mi último curso gratuito, donde mecánicos, camareros de 50 pa arriba, costureras, limpiadoras, aprenden abrir archivo, guardar como, incluso interlineados y sumas en excel... Porque les han dicho que con eso es lo que necesitan para ser competitivos. Como si lo fuesen ya en lo que hacían… ¿Son ellos los que no son competitivos para la sociedad, o es la sociedad la que no está a su altura?



Es distinta la Casa de Campo los martes. Los fines de semana es un alivio, un “verdadero pulmón” creo que lo llaman los urbanistas cuando se entrometen a poetas. Pero el martes la Casa de Campo tenía la tristeza de las aulas vacías, inquietante como un estadio sin multitudes.

Sólo los árboles, como sin hacer nada, algún jubilado paseante temeroso del colesterol (hay sustos que hacen a cualquiera ponerse un chándal). A eso de las dos en las pistas aparecieron esporádicos oficinistas dispuestos a destilar marrones en 30 minutos al trote. Para ellos, esto debe seguir siendo un “alivio”, un “pulmón”. Como lo eran para mí las tostadas tranquilas del sábado, las mismas que ahora  me susurran que no valgo para nada.

En cambio a las prostitutas parecían no faltarles trabajo. Eso me puso pensativo: ¿Cómo afectará la crisis a las prostitutas? ¿Tendrán más clientes agobiados que las utilizan para olvidarse de sus hipotecas y sus  pagos? ¿O muchos habrán tenido que renunciar a ese caprichito? ¿Debería alegrarme que  las prostitutas sigan teniendo trabajo? ¿Y de lo contrario?

Tienen los atardeceres, para el parado, un regusto amargo.

Volver al país, al pueblo (allí al menos me conocen). Porque todos tenemos un pueblo. Puede ser el de nuestra infancia, el de nuestros abuelos, o el de nuestros sueños. Ya veremos. Por el momento he decidido empezar a tomar té y cereales.

3 comentarios:

Precarioman dijo...

Cuando tengas trabajo, seguro que echas de menos el sabor de esas tostadas en la soledad del rutinario café. Lo recordarás con felicidad, posiblemente.
En cualquier caso, estar parado es una mierda.

Anónimo dijo...

se nos habian pasado (por las fechas festivas) estos apuntes...
a ver si dentro de un par de semanas hay otros con diferentes despertares, atardeceres,...
en todo caso, sigue con esa visión cálida y cercana ...

y al menos de vez en cuando vuelve a la fruta y a las tostadas...

ch.

Anónimo dijo...

me encanta seguir tus pensamientos aliñados de buena gramática.