Para seguir con estas visiones, tal vez sea una buena idea echar la vista atrás y esbozar una pincelada de sinceridad: antes de llegar a Pekín, tuve miedo. Me encontré en el aeropuerto de Helsinki, solo, resacoso (como casi siempre que viajo) y me pregunté a mí mismo, mientras me miraba al espejo en los baños del aeropuerto, qué diablos me llevaba a China. ¿Por qué? ¿Cuál era el motivo de atravesar 8.000 kilómetros para partirme la cabeza en un país tan extraño?
La pesadilla desapareció una vez que me monté en el avión. Allí estaban esos rostros asiáticos de ojos rasgados y expresividad goyesca, ajenos a los estereotipos creados en Europa, tan naturales como un primer beso. El alboroto en el avión era tan monumental que por un momento me creí en un estadio de fútbol. Allí, frente a mí, estaba el reto y lo bonito de esta experiencia: comprender esos sonidos chinos ya medio familiares, desentrañar los pensamientos detrás de sus pupilas negras; montar el mismo follón con ellos en el próximo tren o avión.
En el asiento de al lado, la casualidad me colocó como compañera de viaje a una española que iba a China para adoptar a una niña. Era su “ya casi primera vez” en China. Estaba inquieta, nerviosa; miraba los caracteres chinos escritos en la mesita del avión con casi tanto miedo como curiosidad. Después de cuatro años de gestiones, este viaje a China era la última etapa en su sueño por conseguir una hija.
En ese momento, los vínculos de tantas familias españolas, de tantas niñas de origen chino que corretean por nuestras calles, me tranquilizó. Me hizo sentir que no iba a un lugar tan lejano. Y bajé del avión con la sensación de llegar a mi nuevo hogar.
martes, 21 de abril de 2009
Antes de Pekín
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2 comentarios:
Me ha gustado mucho, mucho...
qué rico es comerse el mundo con palillos, pero qué miedo da el rato que te das cuenta de lo grande que es...
a partir de ahora me fijaré más en esos niños chinos que corren por aquí...(...pero habrán perdido para siempre aquellos acentos...?)
abrazos, ch.
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