Los que dicen que en China no hay más que edificios altos y ciudades grises deberían darse un paseo por Yunnan. En esta provincia al sur del país, frontera con Vietnam, Laos y Birmania, China encuentra un paraíso lleno de naranjas, amarillos y violetas. Las distintas étnias que componen su población todavía llevan sus tradicionales trajes de colores, nunca hace demasiado frío ni demasiado calor, y el paisaje casi desértico del norte del país da lugar a montañas de más de 5.000 metros y ríos de aguas cristalinas.
El triángulo formado por Dali, Lijiang (con la Garganta del Salto del Tigre al lado) y el lago Lugu es uno de esos lugares donde uno nunca pasa demasiado tiempo. En Dali, basta con coger una bicicleta y olvidarse de citas a las no sé qué en punto. En dos ruedas se puede visitar el pequeño pueblecito (esta vez sí, un casco antiguo, algo poco habitual en China) y escaparse al lago cercano para pedalear a escasos metros de sus aguas y descubrir pueblos con aires primitivos. Primitivos no en el sentido de rústicos ni sucios, sino en el de relaciones auténticas y miradas claras.
En Lijiang, uno encuentra pinceladas de la antigua China, la más diversa. Por sus calles se puede percibir esa China multiétnica, desde los Naxi hasta los tibetanos, pasando por los Bai o los Yi. Todos ellos con sus propias lenguas y sus costumbres, compartiendo esta ciudad de ritmo pausado, aire medieval y verbo tranquilo. Desde la Montaña Nevada del Dragón de Jade se organiza un sistema de pequeños riachuelos que atraviesan la ciudad y donde las gentes limpian sus ropas y los niños protagonizan batallas de agua. Parece un pueblo hecho de agua, con decenas de torrentes circulando por toda la ciudad. En Lijiang, basta agacharse para poder lavarse las manos.
Lijiang está pensado como un pueblo familiar, por lo que no es difícil hasta encontrar una nueva madre. El hostal se llamaba Mama Naxi, y después de algunas semanas viajando uno agradece volver a un hogar. Mama Naxi no pide pasaporte, depósito por la llave de la habitación ni dinero por adelantado. Ella se encarga de alimentarte por la noches (“come más, que no has comido nada”, te dice mientras te llena el cuenco de arroz a pesar de tus protestas) y de lavarte la ropa cuando lo necesitas (“te la tiendo aquí, que se seca antes”). Lijiang desborda tanto calor humano que uno se imagina muy rápido abandonando Pekín e instalándose en este pueblo entre montañas.
Yunnan significa al sur de las nubes, aunque las etiquetas para expresar tanta belleza se hayan multiplicado (“Reino de las Plantas”, “Cuna del Perfume”...). Lo cierto es que en este pequeño rincón de China parece primavera siempre, y que volver al tosco Pekín después de tanta sutileza es como encontrar una rata paseando por tu casa. Cuando escribí a un amigo contándole todo esto, él también había visitado Yunnan: “Pues estoy de acuerdo, Yunnan es un paraíso”.
lunes, 16 de febrero de 2009
Yunnan, bajo las nubes
Publicado por Dani en 13:28
Etiquetas: China, paraíso, riachuelos, yunnan
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2 comentarios:
el texto parece que huele a colores, agua y sentimientos
que paisajes y gentes... veo que sigues recorriendo el país buscando visiones tan diferentes... sigue viajando y disfrutando...
abrazos, ch.
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