Se hizo esperar la primavera. No llegó hasta los últimos días de junio tras unas lluvias intermitentes de aspecto monzónico. Y así se habían acumulado durante meses las ganas de ver pasar el rato en las terrazas.
Pero ya está. Han florecido las mesas en las alamedas, las sillas de metal incandescente a mediodía, las sombrillas con publicidad de refrescos sin más vista que la acera de enfrente, sin más brisa que la que sale de los tubos de escape. En Madrid, con eso basta, y ya no se irán hasta que octubre vuelva a poner los abrigos en su sitio.
Por todas partes, en las aceras amplias y apurando los chaflanes, Madrid se quita el stress como quien deja una chaqueta en una silla: en la ovalada Plaza de Olavide, en los kioscos verdes del Retiro, frente al horizonte en las Vistillas o lavapieseando en Argumosa (hay que volver a La Revuelta). En la ya rendida al diseño 2 de Mayo, en Latina en cada esquina, en la Goya pija y en la Usera proletaria. Con sus aceitunas pa empezar, su caña o su clara con casera, su tinto de verano y su pinchito bueno.
La ciudad celebra la jornada continua (¡libres a las 3!), y desde el bostezo de la siesta Madrid toma el tiempo de las conversaciones interminables de París, el desenfado de las discusiones con tés humeantes de Estambul. Y si te lían, el tiempo se alarga en el cielo con azules fluorescentes, y la noche parece no cerrarse nunca para puedas tomarte la penúltima.
En las terrazas de Madrid, por fin, un no-hacer-nada que da sentido a todo. Cerrar los ojos en el primer sorbo para dejar de mirar el reloj por unas horas. El espejismo de libertad que te hace sentir el aire libre. Parece mentira, bastaba sólo eso: unas mesitas de plástico en plena calle, una cerveza en jarra fría, una conversación sin prisas, para que Madrid se convirtiese en un lugar donde poder vivir.
PD: Y luego dirán que jode pagar el suplemento-terraza.
miércoles, 2 de julio de 2008
Terrazas de Madrid
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