lunes, 24 de marzo de 2008

Sucio y asqueroso Pekín

Al abrir la puerta de casa para bajar a la calle, me encontré con el pasillo mal iluminado y bicicletas por todos lados. Las paredes combinaban el gris comunista con manchas negras (de aceite, grasa y ruedas de bicicleta) y en el suelo a alguien se le había caído parte de la bolsa de la basura. Al llegar al ascensor vi algunas manchas de barro. Ayer llovió en Pekín. Tal vez por eso, las bicicletas, que todo el mundo deja dentro del edificio por miedo al robo (“las bicicletas en Pekín pueden durar menos que un té”), convirtieron los pasillos en un patatal. En cualquier momento parecía que pudiera aparecer una gallina o un pato subiendo por las escaleras.

Así es Pekín. En ocasiones, desde el piso número 11 de mi casa, apenas puedo ver los edificios que están a tan sólo unos metros de distancia. La contaminación es tan pesada que la ciudad parece envuelta por una niebla con aires a Segunda Guerra Mundial; cualquier sonido estridente parece ser el de un bombardero en misión militar. El aire en Pekín está tan contaminado que muchos dicen que es más sano quedarse en casa comiendo patatas fritas que salir a la calle a correr.

Pekín es masculino, rudo y sucio. Tan viril, tan imponente, que a uno le cuesta nombrarla en femenino. Pekín es edificios gigantescos, avenidas interminables, bicicletas estropeadas y empujones en el metro. Pekín huele a asfalto quemado y hace tanto daño como la arena del desierto en los ojos. Pekín es la dentera que produce rascar las uñas sobre una pizarra.

Pero hay otro Pekín. En China se tiene la idea de que las gentes del norte son más bromistas, borrachas y acogedoras que en el Sur. Esta es también una de las marcas de la casa de Pekín, compuesta sobre todo por chinos venidos del norte, que llegaron con sus licores de 60 grados, sus comidas picantes y sus acentos que suenan a Heavy Metal. Pequineses (de toda China) que tiran papeles por el suelo y no cumplen los pasos de peatones, pero que te invitan a cenar a sus casas, te preguntan por tu familia como si fuera la suya y que, después de varias cervezas, son capaces de intentar emparentarte con sus hijas o hermanas.

En Pekín no existe la hipocresía ni las buenas formas, y cuando uno camina por la calle tiene la sensación de cruzarse con hombres y mujeres de carne y hueso, que cantan y escupen por la calle. En Pekín no existe la vergüenza, y los mayores hacen ejercicios de Tai-chi en los parques y los enamorados acuden a las plazas para aprender a bailar. Los niños, cuando tienen ganas, se ríen y mean en la calle. Las mujeres, a las que nadie les enseñó a utilizar un lápiz de labios, son hermosas sin maquillaje ni ropas de marca. Y la ciudad tiene la sinceridad de las personas honestas, francas y directas, que te pueden llamar “hijo de puta” a la cara, pero que siempre te ayudarán cuando lo necesites.

Sucio y asqueroso Pekín.

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