viernes, 31 de agosto de 2007

Cegados por vacaciones

Después de estos meses de Visiones, hemos decidido colgar el cartel de "Cegados por vacaciones". Para tomar aire, elegir nuevos escenarios y preparar las púpilas para el próximo otoño, en el que se retomarán estos destellos de vida compartida. Si quieren.


Abrazos visionarios,
Alberto y Dani

lunes, 13 de agosto de 2007

Adios a Paris

Si tienes la suerte de haber vivido en París cuando joven,
luego París te acompañará, vayas donde vayas, todo el resto de tu vida,
ya que París es una fiesta que nos sigue.
Ernest Hemingway, en una carta a un amigo (1950).



Cuando Filip, uno de mis mejores amigos en París, salió por la puerta de mi casa aguantando las lágrimas, por primera vez me di cuenta: yo también abandonaría dentro de muy poco la ciudad.

Ese mismo día, sobre las cuatro de la mañana, en una de las múltiples fiestas de despedida, las copas comenzaban a hacer aflorar los sentimientos y la nostalgia anticipada. Bertrand, uno de nuestros amigos franceses al que yo siempre llamaba Bernard (primero por equivocación y luego ya para fastidiar), confesó con su aire mitad hippy y mitad homosexual que nos comprendía: “lo entiendo, tío, lo entiendo. Es el final de una época”.

Pero si hay ciudades que te han marcado por las personas con las que la has compartido, París parece querer quitarte este gusto. La ciudad es tan apabullante y tiene tanta personalidad que parece imponerse a las compañías humanas. Cuando estás en París, estás con París. Y aunque un año en esta ciudad ha dejado marcas humanas indelebles, la capital francesa parece no querer perder su protagonismo. Es como si París fuera más fuerte que las personas.

Si tuviera que quedarme con algo de la inmensidad de esta gran ciudad, me quedaría con sus pequeñas callejuelas empedradas, con sus rincones ocultos y solitarios, con ese bar de la esquina que tiene el mismo dueño desde hace décadas. Me olvidaría de los Campos Elíseos, del Arco de Triunfo y del Louvre. Porque la grandeza de París está en sus cosas más pequeñas.

Otra cosa que me perseguirá lejos de esta ciudad es la sensación de que cada barrio, cada calle y cada bar merecen la pena en París. No importa que vivas en un arrondissement (barrio) o en otro. Porque todos ellos tienen esa magia inexplicable que envuelve la ciudad. Todos ellos te sorprenderán cada mañana con sus casas del siglo XIX y sus parques señoriales conquistados por el pueblo. En todos tendrás tu boulangerie (panadería). Y en todos descubrirás decorados donde poder rodar una nueva versión de Amélie.



Adiós a París
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Irse de Florencia

Como cuando te arrancan la manta en una mañana de invierno. Como cuando una mano deja de cogerte la tuya. Como un niño que ve alejarse a su madre en su primer día de colegio. Como despedirse del primer amor de verano. Irse de Florencia se parece a todo eso.

Estar lejos de la cúpula de Florencia es salir desnudo a la calle. Cuando te has acostumbrado a que sus colinas violetas te protejan como los brazos de un padre primerizo, a que el atardecer desde el Piazzale Michelangelo te dé el sentido de los días, a confesar tus sueños en Santa Croce.

Cuando ya te saluda el camarero de la esquina, el basurero de Sant’Ambroglio, el mimo de los Uffizi… Pasquale, Silvia, el del mercado. Cuando sabes el nombre de las calles y en qué puente las aguas del Arno se llevan los problemas. Cuando ya sientes que la ciudad te protege, que sus calles son las ramas de un nido y que su luz es siempre la justa, irse de Florencia es saborear el desamparo.

Porque fue a las orillas de ese río que los hombres dijeron que las cosas no pueden ser de cualquier manera, que los colores importan. Fue aquí donde quisieron meter la armonía del mundo en un trozo de tela, donde la humanidad cabe dentro del mármol, en cuatro tercetos. Es en esta ciudad donde todavía se palpa la decisión de los hombres de vivir junto a otros hombres.

Y por eso hoy, irse de Florencia es sobre todo dejar de estar con personas para quienes Renacimiento no es un periodo artístico, sino una actitud ante los días. Porque Florencia es lo contrario al pasado, es la cabeza de un niño que está siempre naciendo. Y despertarse aquí es abrir los ojos frente a un lago, cada mañana, como por primera vez.

Pero hay que irse, seguir huyendo en busca de la vida desnuda, ya sin el abrigo de Florencia, pero con la certeza íntima de que está, sabiendo que existe, que hay un lugar en el mundo donde la belleza sirve para darte cobijo, para hacerte compañía.