martes, 8 de mayo de 2007

desde el triángulo


El atardecer desde el triángulo. El Arno, a su paso por Florencia, no pasa, no corre en ningún sentido. Sino que permanece, como si quisiera participar de ese espectáculo que es Florencia atardeciendo. Como si estuviera ahí quieto, haciéndose el remolón, para subrayar la permanencia del tiempo suspendida en el aire. Ese tiempo del bostezo del hombre que se renueva cada día a las orillas de este río, impregnando las esquinas de ese despertar.

Sin embargo, la tierra se mueve para todos -como ya se dijo por estas tierras- y atardece en Florencia. Por una vez, la inmesidad presenta un orden. El infinito es casi civil, los caprichos de la luz parecen seguir ciertas reglas, y hasta las nubes se ponen en fila para conseguir la perspectiva.

Ante este atardecer que se diría planeado, uno debe preguntarse cosas serias. Como si es posible una espiritualidad laica... si para alcanzar la belleza hay que cumplir ciertas normas... o si los sentimientos también poseen su gramática.

En cambio, a mí me dio por pensar que lo sublime no podía estar en los horizontes ni en las cordilleras ni en los atardeceres, como enseñan los manuales de la emoción. Sino que debe de ser algo íntimo, como las caricias de los pies o el olor del café al despertar.

1 comentario:

Anónimo dijo...

...veo que al regreso de abrazar hombros y compartir vientos, mares y sabores, has vuelto liviano y raudo a tu triángulo favorito - y sin delatarte tus pies - sigues inconfundible cocinando tus mejores platos, esos detalles sencillos y sensibles que nos hacen relamernos esperando el próximo menú...
abrazos, charles