sábado, 14 de abril de 2007

Picnic en París

Con la llegada de la primavera, París ha vuelto a ser la ciudad de las luces. No sólo las flores han vuelto a brillar en los numerosos parques de la ciudad, sino que hasta el casi siempre melancólico Hotel de Ville parece haber redescubierto la sonrisa. La primavera ha hecho que París salga de su cascarón de invierno en busca del sol, y por fin los céspedes de la ciudad han dejado de estar en cuarentena y se han llenado de pies sin calcetines.

La primavera en París, como tantas otras cosas, ha llegado acompañada de botellas de vino y quesos. Antes resguardados en casas y bodegas, los alimentos básicos de un buen parisino han salido ahora a la calle para ocupar bancos, parques y aceras. Desde el Bois de Bologne, en el este de la ciudad, hasta el otro pulmón en los confines del oeste, el Bois de Vincennes, París se ha llenado de manteles por el suelo, olor a queso y sacacorchos. El picnic se ha convertido en una forma de vida.

Cualquier lugar es apto para enfundarse los tenedores de plástico y comenzar el ritual. Es una de las ventajas de París. Sea en el parquecito frente al Louvre, en la intimidad de la Place de Vosgues (con Víctor Hugo como invitado) o a la orilla del Sena, el decorado de París es sin duda alguna el restaurante más acogedor. Empezando por el jamón o las ensaladas, las baguettes, el queso y el vino son las protagonistas de estos banquetes improvisados.

Sin embargo, en los almuerzos y cenas inolvidables la comida se convierte en un elemento más. Llega un momento en el que ésta desaparece de la mesa, nadie le presta atención, y los comensales se enzarzan en discusiones sin sentido, admiran el palacio que tienen en frente o se relajan buscando nubes con formas humanas. La buena compañía es la mejor garantía de una comida exquisita; y París es sin duda alguna el mejor compañero de mesa.

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