martes, 20 de marzo de 2007

LA RESISTENCIA

En París también hay antros de mala muerte. En uno de éstos, cerca del centro de París, con las paredes llenas de garabatos y chicles por el suelo, un parisino con bigotes del siglo XVIII nos confesó un secreto: “¿Sabéis qué? Hubo un tiempo en el que París estuvo ocupada por los nazis”.

Antes de susurrar estas palabras nuestro amigo había subido la música. Tal vez tenía miedo de que la propia ciudad pudiera recordar aquellos tiempos en los que la esvástica ondeaba en la Asamblea Nacional Francesa y Hitler se paseaba con su ejército por los Campos Elíseos.

Le dije que no lo entendía. Que no podía ser cierto. Que, a pesar de que lo había estudiado en el colegio y había visto fotos, todavía no podía imaginar un París ocupado por los nazis. Nuestro amigo nos puso otra cerveza y bajó la música: la conversación se había terminado.


Los días siguientes, intrigado por las palabras de nuestro amigo de bigotes del siglo XVIII, estuve investigando algo sobre la ocupación de París. Casi todos los historiadores afirman que la resistencia francesa fue un mito. Que en realidad la mayoría de los franceses aceptaron el régimen nazi, y que los que cogieron las armas para defender la libertad de Francia no llegaron ni al 5%. Según ellos, la resistencia no fue sino un acto de propaganda para levantar la moral de Francia tras la Segunda Guerra Mundial.

Pero cuesta imaginarse que París no protestara contra esa ocupación. Tal vez los eruditos se centraron en cifras y datos, y olvidaron escuchar las quejas que corrían por las alcantarillas de la ciudad. Seguro que las entrañas de París gritaban de rabia, y en el subsuelo de la capital se gestaba otra revolución. Seguro que los historiadores no escucharon el grito de protesta de Balzac desde su tumba. Ni sintieron la depresión de los lienzos abandonados en Montmartre. Y se olvidaron de las lágrimas de Víctor Hugo en el Panteón.

El portero de mi edificio, un viejo portugués que llegó a París en los años 30, me confesó que París era una revolución constante: las aceras se levantaban para impedir el paso de los tanques, la Torre Eiffel se escondía para no servir de punto de orientación a los despistados nazis, y las farolas se encendía y apagaban para confundir a los ocupantes.

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