Hay quienes luchan cada día. Hay mujeres que se duermen pensando en lograr los sueños de otros. Hay hombres, al final hay hombres, que no se resignan a que sufran otros hombres.
En Madrid, en cualquier ciudad, en el pueblo menos pensado, hay quienes pasan frío, y calor, y lluvia, en manifestaciones que luego se contarán como “apenas unas decenas contra…”. Hay reuniones a las que les sorprende la noche. Hay asambleas a la hora de comer.
Hay quienes acaban una jornada agotadora, felices por haber sacado una sonrisa de quienes casi nunca sonríen. Y miden su trabajo con la inmensidad de esas sonrisas.
Sí, los hay que deciden jugarse la vida al otro lado del mundo, por gente que no conocen. Sólo porque saben que es lo justo. Son los incómodos. Les llaman protestones, pesados, cabezotas, temerarios… porque arriesgan su trabajo, su alquiler, su hipoteca, los escudos contra la incertidumbre.
Por eso hay compañeros que se convierten en amigos. Y amigos que se convierten en compañeros…
Los hay que se vuelcan en sus hijos, y otros en que sus nietos se sientan bien en este mundo. Están los que batallan por un hogar que está lejos. Desde una clase, desde un despacho, inventando una huerta, juntándose para dibujar otro mundo.
Conviene recordarlo, de vez en cuando, en estos días cínicos. En el planeta del nadie hace nada por nadie, de mediocridad e indiferencia. Frente al imperio del ‘da igual’, del ‘y yo qué puedo hacer’… en cada esquina están ellos, los que luchan cada día.